Ahora viajo de incógnito por el haz de mis huesos Por planicies unánimes de horizontes ilesos. Entre blancuras solas, ¡ah, qué música inerte! Oigo en noche lejana de cedrón y amapolas el beso original que fundó tanta muerte. En estos huesos puros, de terrestre destino, bajo intemperies lácteas, mi mañana adivino. Y en sus solas blancuras De apariencia esteparia, reconocer no puedo mis cenizas futuras, mi austera calavera, puntual y solitaria. Pero ahora en mis huesos, genealógicos, fieles, un suave ayer recobro de memorables mieles, Con una luz antigua de absorta primavera, ese candor ingrávido todavía atestigua la niñez celestísima, la sonrisa primera. Huesos donde mi muerte infantil reposaba, por un tímido ruego contenida su aljaba. Desde el ampo risueño, aún mi madre me mira. Ya, con mentón vencido, no calla hasta en el sueño. Ya, con semblante alegre, se levanta y respira. ¡Ay huesos, huesos míos, de entornada memoria que abro con una clara lágrima expiatoria! Tal en una cisterna de dócil resonancia, en los átomos tibios oigo la voz paterna como en aquel domingo flamante de la infancia. Roberto Ibáñez |
viernes, 20 de abril de 2018
Viaje por los huesos
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